abril 30, 2017

Ignorancias

A propósito de un rico instruido al que se le ha ocurrido decir que "Los pobres no leen porque son ignorantes", aquí un escrito de nuestro compañero Alfredo Mires publicado hace dos años en el libro “Esa luz de más adentro”:
La raíz comunitaria de la salud
No es ignorante el que no sabe la tabla de multiplicar o la letra del himno nacional. No es ignorancia no conocer otros países o no saber cómo comer con cuchillo y tenedor. Menos ignorancia aún es no saber el nombre del cantante de moda o el último suceso político del país.
Nosotros en el campo llamamos ignorante al carente de generosidad, al falto de gratitud y gratuidad. Ignorante es el abusivo y el lesivo, el mezquino y el oportunista, el rastrero, el cobarde, el traidor y el artero. Ignorante es quien falta el respeto, quien no sabe vivir en comunidad, quien no comparte y no sueña.
Quien niega y ofende la vida del otro es más que un ignorante: es un infeliz. Amarga debe ser la vida de quien no sabe apreciar el valor del resto. Por eso Dios aparece en forma de mendigo, de pobre de pobres, para poner a prueba la valía interior de sus pueblos.
Quien se precia de la ropa que lleva puesta, de lo que gana explotando o siendo explotado, de los títulos o de las estúpidas razones que le confieren poderes banales a los más brutos, sólo son sepulcros, tumbas ambulantes, lápidas tristes, flores truncas, lágrimas obligadas. Ignorantes.
Ver a las papas, los maíces, las alverjas o a las ocas como meros productos, como simples “recursos naturales”, es una vergüenza. Porque no es un objeto aquello que vive y que es fruto generoso de la tierra y del esfuerzo criador de nuestros abuelos.
Eso nos enseñan nuestros mayores, eso nos dicen los cuentos de todas las comunidades en los andes: que las comiditas son sagradas, que son una bendición, que cada planta, cada piedra, cada pálpito tiene su poder y su fortuna.
Estos cuentos nuestros, escuela fecunda de los saberes más hondos, nos dicen que la salud de los pueblos depende de esta gracia, del cariño mutuo entre todos los vivientes, del afecto entrañable, del respeto encarecido, del parentesco primordial entre todos los que nos hemos ido criando juntos.
Cuando los maizales cantan con el viento y los papales bullen floreando, cuando las ocas descansan al sol para endulzarnos más luego, cuando toda la tierra es una promesa permanente, sabemos que vale vivir y que ese solo sentimiento es sabiduría. Que ésa es una salud que no radica en los hospitales ni en las farmacias. Que ese es el fundamento que se le escapa a las ignorancias.